domingo, 23 de agosto de 2015

Espejito, espejito...

No quiero para nadie lo que no quiero para mí. Bonito principio, tanto que me gustaría pedir que quien esté libre de culpa, por favor, lance la primera piedra.

No quiero que cambies, me gusta como eres. De hecho me gustas por ser así. Adoro tu libertad igual que adoro la mía y, a la vez, me aterroriza lo libre que eres.

No soporto ni quiero que me controlen pero, a veces, siento la necesidad de saber todo de ti, incluso aquello a lo que no tengo derecho (¿y a qué sí?).

Quiero saber que puedo irme en cualquier momento, pero tiemblo de miedo al saber que puedes irte cuando quieras.

Quiero ser sólo mía pero no puedo evitar querer que seas mío, aunque no sepa qué signifique eso.

Qué terrible paradoja: querer quererte y paralizarme al sentir que lo hago, querer negarlo, querer huir. Porque tengo miedo de que me ates, de que me cambies, de que me vacíes.
Porque tengo miedo, a la vez, de que te vayas si no te ato, si no te cambio, si no te vacío.

Y es que somos espejos, unx frente a otrx, y tu/mi reflejo me/te muestra lo que soy/eres. Que el miedo a perder la propia libertad y estar sometidx a otrx se alimenta de nuestra propia dualidad, sabemos que también nosotrxs podríamos someter a esx otrx robándole un pedazo de su preciada libertad.

Puede que no suceda, puede que no dependa de nadie, o que dependa de ambxs... quién sabe; pero espero romper ese espejo y ser capaz de compartir amor para, juntxs, aprender a ser completamente libres.
Porque me/nos quiero libres, plena e indiscutiblemente libres, sin ataduras, con propia y sincera identidad y llenxs de poder y de vida.

He maldito ese espejo miles de veces y ahora veo que sin él todo sería más difícil. Así que gracias. Gracias por hacer que me/te conozca mejor.

  

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