martes, 25 de diciembre de 2012

"Manawee"

Un hombre fue a cortejar a dos hermanas gemelas, pero el padre le dijo: "No podrás casarte con ellas hasta que no adivines sus nombres".
 
Aunque Manawee lo intentó repetidamente, no pudo adivinar los nombres de las hermanas. El padre de las jóvenes sacudió la cabeza y rechazó a Manawee una y otra vez.
Un día Manawee llevó consigo a su perrito en una de sus visitas adivinatorias y el perrito vio que una hermana era más guapa que la otra y que la segunda era más dulce que la primera. A pesar de que ninguna de las dos hermanas poseía ambas cualidades al perrito le gustaron mucho las dos, pues ambas le daban golosinas y les miraban a los ojos sonriendo.
Aquel día Manawee tampoco consiguió adivinar los nombres de las jóvenes y volvió tristemente a su casa. Pero el perrito regresó corriendo a la cabaña de las jóvenes. Allí acercó al oreja a una de las paredes laterales y oyó que las mujeres comentaban entre risas lo guapo y viril que eres Manawee. Mientras hablaban, las hermanas se llamaban la una a la otra por sus respectivos nombres y el perrito lo oyó y regresó a la mayor rapidez posible junto a su amo para decírselo. Pero, por el camino, un león había dejado un gran hueso con restos de carne al borde del sendero y el perrito lo olfateó inmediatamente y, sin pensarlo dos veces, se escondió entre la maleza arrastrando el hueso. Allí empezó a comerse la carne y a lamer el hueso hasta arrancarle todo el sabor. De repente el perrito recordó su olvidad misión pero, por desgracia, también había olvidado los nombres de las jóvenes. 
Corrió por segunda vez a la cabaña de las gemelas. Esta vez era ya de noche y las muchachas se estaban untando mútuamente los brazos y las piernas con aceite como si se estuvieran preparando para una fiesta. Una vez más el perrito las oyó llamarse entre sí por sus nombres. Pegó un brico de alegría y, meientras regresaba por el camino que conducía a la cabaña de Manawee, aspiró desde la maleza el olor de la nuez moscada. Nada le gustaba más al perrito que la nuez moscada. Se apartó rápidamente del camino y corrió al lugar donde una exquisita empanada de kumquat se estaba enfriando sobre un tronco. La empanada desapareció en un santiamén y al perrito le quedó un delicioso aroma de nuez moscada en el aliento. Mientras trotaba a casa con la tripa llena trató de recordar los nombres de las jóvenes, pero una vez más los había olvidado.
Al final, el perrito regresó de nuevo a la cabaña de las jóvenes y esta vez las hermanas se estaban preparando para casarse. 
"¡Oh, no!" -pensó el perrito-, ya casi no hay tiempo".  
Cuando las hermanasa se volvieron a llamar mútuamente por sus nombres, el perrito se grabo los nombres en la mente y se alejó a toda prisa, firmemente decidido a no permitir que nada le impidiera comunicar de imediato los dos valiosos nombres a Manawee. 
El perrito en el camino vio los restos de una pequeña presa recién muerta por las fieras, pero no hizo caso y pasó de largo. Por un instante, le pareció aspirar una vaharada de nuez moscada en el aire, pero no hizo caso y siguió corriendo sin descanso hacia la casa de su amo. 
Sin embargo, el perrito no esperaba tropezarse con un oscuro desconocido que, saliendo de entre los arbustos, lo agarró por el cuelloo y lo sacudió con tal fuerza que poco faltó para que se le cayera el rabo. Y eso fue lo que ocurrió mientras el desconocido le gritaba: "¡Dime los nombres! ¡Dime los nombres de las chicas para que yo pueda conseguirlas!". 
El perrito temió desmayarse a causa del puño que le apretaba el cuello, pero luchó con todas sus fuerzas. Gruñó, arañó, golpeó con las patas y, al final, mordió al gigante entre los dedos. Sus dientes picaban tanto como las avispas. El desconocido rugió como un carabao, pero el perrito no soltó la presa. El desconocido corrió hacia los arbustos con el perrito colgando de la mano.
"¡Suéltame, suéltame perrito, y yo te soltaré a ti!", le suplicó el desconocido. 
El perrito le gruñó entre dientes: "No vuelvas por aquí o jamás volverás a ver la mañana". 
El forastero huyó hacia los arbustos, gimiendo y sujetándose la mano mientras corría. Y el perrito bajó medio renqueando y medio corriendo por el camino que conducía a casa de Manawee. 
Aunque tenía el pelaje ensangrentado y le dolían mucho las mandíbulas, conservaba claramente en la memoria los nombres de la jóvenes, por lo que se acercó cojeando a Manawee con una radiante expresión de felicidad en el rostro. Manawee lavó suavemente las heridas al perrito y éste le contó toda la historia de lo ocurrido y le reveló los nombres de las jóvenes. 
Manawee regresó corriendo a la aldea de las jóvenes llevando sentado sobre sus hombros al perrito cuyas orejas volaban al viento como dos colas de caballo. 
Cuando Manawee se presentó ante el padre de las muchachas y les dijos sus nombres, las gemelas lo recibieron completamente vestidas para emprender el viaje con él; le habían estado esperando desde el principio. De esta manera Manawee consiguió a las doncellas más hermosas de las tierras del río y los cuatro, las hermanas, Manawee y el perrito vivieron felices juntos muchos años.

Krik Krak Krado, este cuento se ha acabado
Krik Krak Kron, este cuento se acabó 

 Cuento "Manawee", Capítulo 4: "El compañero: la unión con el otro" del libro Mujeres que corren con los lobos, de Clarissa Pínkola Estés.

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